Tras deambular por la ciudad durante todo el día encontramos el Jazz Voyeur, un café-pub que programaba conciertos de jazz, soul, blues, etc. todos los días de la semana, a excepción de los lunes. El ambiente era muy agradable: luz tenue, sillones, pequeñas mesitas con velas y un reducido espacio orientado totalmente hacia el escenario, que en ausencia de concierto tenía de fondo una pantalla de proyección con vídeos de directos.
El grupo de aquella noche era Soul Café, un conjunto dedicado a las versiones de soul y funk de los 60-70 desde hace más de 10 años, que ofreció un repertorio generoso repartido en varios pases con intermedios para consumiciones. Buenos músicos, buenas canciones y buena puesta en escena. Algo así cada noche es impensable en Murcia.
Tampoco tendría cabida en Murcia algo como lo que pude ver por una de las calles del casco antiguo de Mallorca: un café donde se podían escuchar recopilatorios de la música que pinchaban en la fachada. De haber estado en mi ciudad posiblemente hubiera acabado roto, pintado o sin auriculares en menos de dos días. Eso sí, todo tiene un precio, y en el caso de Palma de Mallorca era el mismo precio, valga la redundancia: 7,5€ el combinado. Y no era de lo más caro.
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